El Cincel
Un
verdadero reallity show del fraude electoral fue escenificado, en
vivo y en directo, desde el Senado de la República. La ocasión fue la elección
de la presidenta de la CNDH, su primer capítulo se transmitió el día 7 de
noviembre y el segundo el día 12 del mismo mes.
En la
primera fecha, el Senado votó la terna de candidatos propuestos, con la
presencia de 116 legisladores. El número de senadores presentes determinó que, aplicando
el artículo 102 de la Constitución, se requerían de al menos 78 votos en favor
de la candidata o candidato mejor votado para que resultara electo a tan
importante encargo.
La
candidata recomendada por el Presidente de la República, Rosario Piedra Ibarra,
obtuvo en la tercera ronda de votaciones solo 76 votos. La mayoría morenista
y su coordinador Ricardo Monreal “arreglaron” el problema a la antigüita:
hicieron perdedizos dos de los sufragios y redujeron a 114 el número total de
los votos emitidos. Así, en forma fraudulenta, declararon que la candidata
recomendada había cubierto más de la mayoría calificada requerida, pasando por
alto que la Constitución se refiere al número de los senadores presentes, no al
de la votación emitida.
Algunos
senadores de la mayoría morenista, particularmente el expanista recientemente converso
a la 4T, Germán Martínez, arguyeron que la oposición no podía alegar fraude,
porque una de sus legisladoras había estado ayudando a los escrutadores. Tal
argumento, digno de alguna asamblea distrital de Morena, de esas que terminan a
golpes y sillazos, o de alguna elección de la reina de la primavera, es
insostenible porque la violación constitucional no se solventa por el
hecho de que algún opositor dé por buena la maniobra o porque no se haya
percatado de la misma.
En el
segundo capítulo, transmitido el día 12, la mayoría morenista rechazó todas las
mociones para repetir la votación, incluida una de su propio coordinador,
ratificando así el resultado de la votación fraudulenta y la violación a la
Constitución. Acto seguido, algunas de las senadoras de Morena que se habían apoderado
de la tribuna se trenzaron con un solitario Gustavo Madero que pretendía
protestar, y forzaron la toma de protesta de la así electa. Ésta, atónita, no
fue capaz ni de levantar el brazo para hacer la juramentación, cosa que resolvió
un atingente senador chiapaneco con pinta de guarura. Si la señora Piedra no
fue capaz de rendir protesta por sí sola, mucho menos lo fue para actuar con
dignidad y declinar el papelazo que se asignaron en la escenificación.
Además, resulta
que la señora Piedra ni siquiera era elegible al cargo. Siendo actualmente consejera
nacional de su partido, resulta impedida por el artículo 9, fracción IV, de la Ley
de la CNDH, que establece que no puede ser electo presidente de dicha Comisión
quien ostente un cargo directivo partidario durante el año previo a su
elección. Para mayor agravante, la señora Piedra mintió al respecto, bajo
protesta de decir verdad, ante las comisiones del Senado que declararon su
idoneidad.
Como lo
ha hecho ver Miguel Alfonso Meza, en el artículo que publicó en Animal
Político el día 15 de noviembre, tal conducta pudiera constituir los
delitos de falsedad en declaración ante autoridad distinta a la judicial y de
falsificación de documentos, tipos penales que se sancionan con pena corporal.
En
opinión de Ricardo Raphael, expuesta en el artículo que publicó en el semanario
Proceso del 17/11/2019, Rosario Piedra debería renunciar al cargo como
única forma salvar a la institución, limpiar su imagen y resarcir la trayectoria
de lucha de su familia. Estoy de acuerdo en que eso debería, pero no lo va a
hacer. Junto al Presidente de la República, la señora Piedra concibe su
acceso al cargo como parte de un “cambio de régimen” que incluye, como una pieza
determinante, el control presidencial de los órganos autónomos.
Cincelada: respaldemos las
acciones afirmativas a favor de los indígenas. Repudiemos el que los Servidores de
la Nación hagan clientelismo electoral con ellas.
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