Se trataba –dijo la encuestadora- de detectar
las necesidades de la población, por órdenes del presidente electo, para trazar
y operar los programas sociales del nuevo gobierno.
Al parecer, de ese esfuerzo, surgieron los
principales programas sociales de la administración que empezó el 1 de
diciembre de 2018, a saber: Jóvenes Construyendo el Futuro, Becas para
estudiantes de educación media y superior (que Rafael Hernández llama a
distinguir entre las becas y la transferencia monetaria a los “ninis”, es
decir, a los jóvenes que no estudian ni trabajan), Pensión para el Bienestar de
los Adultos Mayores, Pensión para el Bienestar a Personas con Discapacidad de
Escasos Recursos, Crédito Ganadero a la Palabra, Plan de Reconstrucción para
Damnificados, Desarrollo urbano en colonias marginadas, Microcréditos para el
bienestar y Producción para el bienestar, precisos de garantía y canasta
alimentaria.
Rafael Hernández se puso a indagar. ¿Qué estaba
sucediendo? ¿Cómo operarían esos programas? ¿Cuántos recursos serían destinados
a ellos y cómo se manejarían? ¿Los brigadistas que habían promovido el voto a
favor de López Obrador eran los mismos que estaban levantando el censo? ¿cómo
sería diseñado el aparato gubernamental que procesaría la información y
entregaría los recursos? Todas ellas, y más, preguntas oportunas.
Un país tan oceánicamente desigual como México,
con millones de familias viviendo en la pobreza y con carencias de todo tipo,
en efecto, demanda programas sociales que intenten, por lo menos, atemperar las
desigualdades y ayudar a los más necesitados a cubrir sus necesidades. El
alegato de Rafael Hernández entonces no se dirige contra los programas ni sus
trabajadores, sino a la forma de operarlos, al poco apego a la legalidad y al
uso político que se les está dando.
Estamos hablando de recursos importantes. Por lo
menos 3 mil 240 millones anuales se destinarán a la nómina de la estructura
operativa. Y a través de los programas enunciados se entregarán a los
beneficiarios 220 mil millones de pesos. No todos, por supuesto, manejan montos
similares. Los más importantes en términos de recursos son Pensión para las
personas adultas mayores (100 mil millones) y Jóvenes construyendo el futuro
(44 mil millones), mientras las becas para estudiantes de educación superior y
el crédito ganadero a la palabra apenas llegan a 320 millones y 4 mil millones
respectivamente. Y lo primero que llama la atención es que las percepciones del
Coordinador General de Programas para el Desarrollo están cargadas a la nómina
de la oficina de la presidencia, mientras que los delegados estatales se
encuentran adscritos a la Secretaría de Bienestar. Y si usted quiere conocer el
organigrama completo está en el libro correcto, porque Rafael Hernández
describe con precisión la pirámide operativa.
Pero ¿qué más encontrará el lector en el
presente libro? La forma poco transparente o mejor dicho la adjudicación
directa a determinados bancos del manejo de las cuentas y la expedición de las
tarjetas bancarias; el nombramiento y las facultades de los bien llamados
“superdelegados” estatales que se convierten en una especie de gobernadores en
la sombra y que además no representan un ahorro para el erario (como se
anunció); la estructura paralela y dependiente del Presidente de la República
que supone la operación de los programas; las deficiencias legales de todo el
entramado institucional en la materia; el desplazamiento de secretarías,
gobernadores y presidentes municipales en la operación del sistema; la
concentración de funciones en la Presidencia de la República; la promoción
personalizada del Presidente prohibida por la Constitución (artículo 134); la
operación de los programas como plataformas de lanzamiento político, ya que su
estructura sigue (casi) de manera exacta la geografía electoral (ver anexo 3),
y más.
El libro de Rafael Hernández es un estudio
puntilloso que permitió al PRD interponer un recurso ante el INE por la
promoción anticonstitucional del Presidente (y no solo de él) a la sombra de
los mencionados programas. Y el recurso prosperó y el Instituto, a través de su
Comisión de Quejas y Denuncias, dictó medidas cautelares y obligó al cese de la
promoción personalizada. El libro entonces también proporciona un haz de los
testimonios y pruebas que la autoridad tomó en cuenta para dictar las medidas
cautelares. Se trata de fotografías, videos, textos, información periodística
que en conjunto develan la forma irregular de operación.
Sobra decir que el texto que ahora tiene el
lector en sus manos tiene una enorme pertinencia política. Cierto, México
requiere atender de manera eficiente a las franjas de su población sumidas en
la pobreza. Pero, siendo una República que se reclama democrática, es necesario
que eso se haga con estricto apego a la ley, fortaleciendo a las instituciones
y no fomentando el clientelismo personalizado.
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