EL CINCEL
Es curioso y paradójico el agrio debate sobre el uso del primer apellido del Presidente de la República, que en últimos días ha tenido lugar en las redes sociales, pues muestra a la vez los bajos instintos y la mentalidad discriminatoria y conservadora de quienes se ubican en uno y otro bando de este zipizape.
Para la concepción discriminatoria y conservadora que, como vemos está más presente en nuestro país de lo que se pudiera pensar, los apellidos evidencian la posición social en términos no solo de fortuna sino, sobre todo, en términos de dominación. Según este pensamiento, si los apellidos de una persona tienen en su opinión cierta rareza, evidencian una genealogía con pretérito glorioso, ancestros ricos y con poder. En cambio, un apellido común y corriente, con masiva presencia entre la población, no es seña más que de un pasado empobrecido y sin chiste, perdido en la intrascendencia y el anonimato.
Quienes desde la oposición al actual Presidente de la República proponen llamarlo López parten de tal prejuicio. Creen que lo demeritan al referirse a él solo con su primer apellido pues, en el fondo, éste les parece corriente, sin lustre ni dimensión: para los adalides de la buena genealogía, solo un cualquiera se apellida López. Este forma parte de los apellidos que, según la opinión de los prejuiciosos, acorrientan lo mismo un acta de nacimiento, que el más brillante currículo.
Paradójicamente, quienes son partidarios del actual gobierno y ven como un insulto el que se llame simplemente López al Presidente, parten del mismo prejuicio discriminatorio. Resulta curioso que sean Levy, Bruera y algunos que protegen con apellidos compuestos el pedigree ancestral de sus familias, quienes se sientan en la obligación de entablar altisonantes alegatos en defensa del uso del apellido paterno y materno del titular del Ejecutivo, pues en el fondo lo que están afirmando es que el López es más una ofensa que un apellido como cualquiera.
Para darle dimensión a este asunto conviene tener en cuenta algunos datos estadísticos, de acuerdo a la información de la más confiable base de datos con la que contamos los mexicanos, que es el Registro Federal de Electores (con corte al 30 de agosto de 2019):
• El Godínez, tan de moda en los chistes y en las denostaciones de todo tipo, no aparece entre los primeros 20 apellidos más frecuentes.
• El Rodríguez y el Sánchez están fuera del top 6.
• El sexto lugar lo ocupa el Pérez, con 3.6 millones entre paternos y maternos (claro, se deberán descontar aquellas personas que se llaman Pérez Pérez y lo mismo se tendrá que hacer con los siguientes apellidos en esa condición pues en esta, como en otras materias, la frecuencia es a veces reiterativa).
• González hay 4 millones y López apenas está en el cuarto lugar de los apellidos frecuentes con 500 mil más.
• El tercer lugar pertenece a Martínez, con 5 millones, y la segunda posición es de los García, con 5.3 millones de personas.
• El primer lugar de los apellidos frecuentes lo ocupa el Hernández, con casi 7.3 millones, que por sí solo representa el 8% del padrón electoral nacional.
En mi condición de portador orgulloso del patronímico más numeroso entre todos, digo por igual a quienes sostienen posturas opositoras y gobiernistas, que el apellido no justifica ninguna discriminación, como no es justificable la que se basa en la nacionalidad, la raza, el color de la piel, la posición social, las creencias, el idioma, el sexo o la preferencia sexual de las personas. Y, con sentido práctico y por experiencia propia, puedo afirmar que es pertinente utilizar los apellidos paterno y materno para facilitar la identificación de una persona con apellido frecuente, trátese de un López o de un Hernández.
CINCELADA: Es cierto que la Secretaría de la Función Pública no es un florero, pues es una vil tapadera de Bartlett y de otros corruptos amigos del presidente.
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