domingo, 5 de abril de 2020

¿La casa o Cien años de soledad?

La semana anterior publiqué en mi página de Facebook un relato anecdótico acerca de la novela de Juan Rulfo, que muestra la genialidad del autor. La reproduje en este blog con la entrada ¿Cómo se llamaba Pedro Paramo?

Ahora un par de datos curiosos de Cien años de soledad, del Premio Nobel Gabriel García Márquez.

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El escritor contó que, viajando por carretera de México a Acapulco en su automóvil Opel, que él mismo conducía, de pronto le vino a la mente la famosa frase "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..." con la que inicia la novela y tras esa oración, toda la trama de la obra. Así que suspendió las vacaciones familiares y dio vuelta en U para regresar a la capital mexicana.

A partir de ahí, renunció al trabajo que tenía en una agencia de publicidad y a los contratos ocasionales que obtenía como guionista de cine, para encerrarse durante diez y ocho meses en un pequeño estudio que tenía en la casa que habitaba con su familia. Ahí redactó, revisó y corrigió el manuscrito de la que sería una de las mejores obras de la literatura universal. Inicialmente, ésta ostentó el título de La casa y, en la búsqueda del título definitivo, el colombiano hizo un lista de hasta ochenta opciones, antes de elegir Cien años de soledad.

Cuando terminó la novela, agotados sus ahorros y multiplicadas las deudas con el casero, la tienda de abarrotes y el carnicero, García Márquez fue con sus esposa Mercedes al Palacio de Correos para hacer el envío postal del manuscrito de 400 páginas, con destino a Buenos Aires, Argentina, donde se encontraba la sede de la Editorial Sudamericana, con la esperanza de que a la vuelta del mismo, recibiera el anuncio de su publicación y el correspondiente cheque de pago.

Puesta en la pesa la pila de hojas, el empleado postal les informó que el costo de los timbres era de 82 pesos. Puesto que Mercedes solo encontró en su monedero la mitad de esa cantidad, pidieron al trabajador que fuera retirando hojas hasta que el peso del envío pudiera ser cubierto el dinero de que disponían. Cuando regresaron a su casa con el resto de las hojas, el escritor y sus esposa se percataron de que habían enviado no la primera parte de la novela, sino la última, por lo que empeñaron la estufa, el secador y licuadora para enviar el resto.


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